domingo, enero 11, 2009

Reflexionando...

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“Oye, ¿te enteraste que…?”
El chisme como acto ético
William Willimon

No hace mucho tiempo, estaba reunido con un grupo de clérigos discutiendo sobre un conocido común que sirve a una iglesia del oeste del país. “Escuché que su esposa le pidió el divorcio”, dijo una persona.

“¿De veras?”, dije yo, mi rostro radiante ante el prospecto de una buena información “estratégica” sobre alguien que sirve en una parroquia mucho mayor que la mía. “Dime más. Soy todo oídos.”

"Mejor no lleguemos al nivel del chisme," dijo otra persona, con tono ofendido. “¿Podríamos ignorar esas intimidades?”

“No es chisme”, dije yo, “es información profesional y pertinente”.

Pero sí era chisme, y me habían sorprendido en el acto –al menos, de querer enterarme de más. La mayoría de nosotros parecemos mirar más bien desfavorablemente el chisme, creemos que estamos por encima de eso.

Pero, ¿es que hay una diferencia sustancial entre la información de “las estrellas” en la TV y las revistas, y las columnas en los periódicos que informan a sus lectores usando fuentes “de muy alto nivel”? Hay una vastísima industria que procesa la anécdota, el rumor y el escándalo de celebridades para millones de lectores voraces de novedad íntima y ajena, que suelen aparecer bajo títulos de ridículo y redacción lamentable. Balzac dijo que cada día en París se producía, más nunca imprimía, un periódico con 100 000 subscriptores. Se refería a la asombrosa ronda diaria de chismes.

Miren, enfrentemos el hecho de que la mayoría de nosotros disfrutamos hablando sobre otras personas. Pocos podríamos resistir la tentación de tener los detalles de esa reunión explosiva que tuvo el Comité Permanente el fin de semana pasado. Y a mí me resultaría extremadamente sospechoso quien condenara ese tipo de chisme, sobre todo si también intentara afirmar que nunca ha sucumbido a una mirada furtiva a la revista de escándalos que lee nuestro vecino en la cola.

El chisme también tiene su lado, digamos, positivo. Cuando hablamos sobre otras personas (o condenamos a quienes hablan sobre otras personas), la situación se repleta de oportunidades para el auto-engaño. Si bien la calumnia siempre es destructiva, no todo chisme es calumnia. Yo quisiera sumarme a quienes opinan que, hablar sobre las vidas personales de otros no necesita ser algo completamente inmoral. El chisme puede ser la casuística moral diaria.

Entre los hermanos y hermanas de la fe, el chisme parece ser particularmente destructivo. Sin embargo, aún en la iglesia, el chisme puede ser de naturaleza más moral de lo que parece a primera vista. Como nota Sparks, la palabra inglesa para “chisme” (gossip) se deriva del vocablo antiguo godsip –una contracción de las palabras “Dios” (God) y “hermanos” (syblin). El chisme debe haber sido esa conversación privilegiada entre la familia, los hermanos, probablemente sobre alguien de la familia que estaba ausente. El abuso de ese privilegio fue, sin dudas, el comienzo de las connotaciones de la palabra. Pero el abuso de una práctica no niega la importancia del chisme como medio por el que aquellos que son parientes por la gracia de Dios (los bautizados) conozcan mejor, para bien o mal, el tipo de personas con que se relacionan.

Spacks afirma que el chisme es de particular importancia para los grupos subordinados, y especula que una razón por la que el chisme comenzó a ser asociado con la conversación entre mujeres fue que los usos más tempranos de la palabra se referían a las conversaciones de las mujeres que participaban de la atención a una parturienta. Estar presente en una ocasión tan íntima implicaba tener acceso a informaciones muy personales.

La envidia masculina de estar excluidos del misterio del nacimiento puede haber contribuido a la apreciación negativa del diálogo de quienes sí estaban presentes. En cualquier caso, el chisme es, a menudo, un modo alternativo de discurso, una retórica de lo inquisitivo, una invasión y posible subversión del dominio de los poderosos y privilegiados. Nos resulta moralmente interesante, por ejemplo, que una persona esté al mando de una gran nación y que, al mismo tiempo, no sea capaz de educar a sus hijos. El poder es derrotado con el chisme. El chisme no precisa ser malicioso, pero usualmente es, al menos, incipientemente agresivo (y puede, por ello, conducir a grandes heridas).

Pero en el chisme puede tener lugar algo más que la mera vinculación entre personas. En un sociedad heterogénea, donde la fama y la clase están definidas por el dinero más que por la inteligencia o el linaje, el chisme es una especie de instrumento de navegación; nos brinda un punto de equilibrio para nuestra localización moral. El chisme es un modo de conocer y por eso está íntimamente relacionado con el nacimiento de la novela, que es también un medio de proveer estructuras unificadoras y explicativas a los eventos de la vida diaria. El chisme, en la forma de novela, aumenta nuestra comprensión de la experiencia de otra persona y, por ello, incrementa nuestra comprensión de nosotros mismos.

Es cierto también que el vínculo y la información provistas por el chisme esté en la parte más baja de la escala de cuestionamiento moral. Pero eso puede ser, al menos, al comienzo. Nos desesperamos por la información sobre otras personas, particularmente esa información restringida, el otro lado de sus rostros públicos, porque queremos conocer más sobre nosotros mismos. ¿Por qué se considera un deseo así una forma ilegal de fisgonear? En primer lugar, porque el chisme puede ser un medio mortal, arbitrario y malintencionado de auto-engaño. Doy la bienvenida a noticias sobre pecados de los demás porque eso ayuda a que mis propios pecados me luzcan más “normales”. La miseria adora estar acompañada. ¿No hemos todos encontrado alguna vez a ese “guerrero” moral y ultra-celoso que golpea y “revuelve” en los pecados de otros (particularmente los pecados financieros y sexuales) sólo para, en algún momento, ser denunciado como perpetrador de esos mismos pecados?

Una mujer me confiesa que su hijo adulto es alcohólico. Me pide que no le cuente a nadie en la iglesia porque “yo sé que me van a mirar por encima del hombro”. Yo tengo dos problemas fundamentales con eso: primero, dos tercios de la congregación ya saben que su hijo es alcohólico. Una congregación que no conoce información íntima los unos de los otros no tiene mucho de iglesia. Segundo, los diez o doce miembros de la iglesia que son padres de hijos alcohólicos podrían ser su camino principal de cuidado cristiano.

Como su pastor, debo ayudar a que esta mujer vea que su secreto, tan profundo e innombrable es, para los ojos de la fe un problema de la iglesia, una invitación a renovar su bautismo y, posiblemente, también el de su hijo, y al mismo tiempo permitir a sus hermanos y hermanas en Cristo a que ministren a sus necesidades.

Si esta madre puede hacer todo eso, entonces habilita a sus hermanos y hermanas en Cristo a afirmar su comisión bautismal a ser hermanos en Cristo y sacerdotes los unos de los otros, más que desconocidos con relaciones socia-les en la iglesia más bien superficiales o aún meros consumidores de terapias individuales.

Quizás deberíamos alentar a nuestros pastores a no pensarse a sí mismos como “por encima” de conversaciones tan mundanas como el chisme, ni como censores del chisme, sino más bien como aquellos que nos ayudan a “chismear bien” en nuestras congregaciones. Por ejemplo, los chismes viejos ya no son interesantes porque tienen información “atrasada”. ¿A quién le interesa escuchar un chisme que ya todos conocen? El chisme viejo también puede ser inmoral, un medio para encerrar a una persona en el pasado, atando a una persona a un pecado pasado de un modo que es de todo menos cristiano. Hace unos treinta años, un líder de la iglesia a quien serví fue atrapado por desviar fondos de un banco. Fue condenado y cumplió sentencia en prisión. Yo conocía de su pasado, al igual que las demás personas en la congregación, pero nunca se mencionó el asunto. Y estoy seguro de que, si alguien lo hubiese mencionado, se le habría respondido: “Todo eso ya terminó”. Perdonar significa, en muchos sentidos, que el pecado perdonado ya no será el tema de conversaciones continuas.

Nuestra sociedad nos hace desconocidos a todos, nos da el derecho de privacidad sin darnos nada qué hacer con ella y separa, injustamente, la ética pública y la privada. No obstante, el chisme en la familia de la iglesia, la conversación de hermanos de bautismo, está santificado: como actividad sin malicia de la iglesia, bien podría, en su mejor forma, ser la casuística moral de las personas ordinarias, un medio primario de vinculación congregacional, una fuente de información moral sobre nosotros mismos de importancia radical, una forma diaria de investigar comunalmente lo que significa estar bautizados.

Cuando los colaboradores de Richard Nixon estaban siendo justamente criticados por sus trucos sucios en la política, algo que incluía la difusión de chismes maliciosos, el Senador Russell Long de Louisiana recordó la campaña más sucia que le hubiesen lanzado: “Mi oponente dijo algunas cosas desagradables, indignas y sin verificar sobre mi persona”, dijo Long. “Lo peor es que buena parte de lo dicho es verdad”.

Este artículo apareció originalmente en The Christian Century Octubre 3, 1990. Traducción: Leonel Abaroa Boloña

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